9 de julio de 1816
Éramos independientes, sí, pero solamente en lo político; en lo económico empezamos a ser cada vez más dependientes de nuestra gran compradora y vendedora: Inglaterra.
(Felipe Pigna)
El 9 de julio de 1816 en la casa que había prestado gentilmente doña María Francisca Bazán, los diputados que habían llegado de todos los puntos del ex virreinato declararon la Independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Comenzaba una nueva etapa para lo que empezaba a ser nuestro país.
Éramos independientes políticamente “de España y de toda dominación extranjera”, pero la metrópoli nos había dejado en una situación muy delicada, que conduciría a una dependencia económica de otras potencias europeas. España no sólo no había fomentado el desarrollo industrial en sus colonias americanas, sino que hizo todo lo posible para obstaculizar y poner trabas al comercio entre las distintas regiones del extenso territorio. España misma tenía una escasa producción industrial, que no alcanzaba a cubrir las necesidades básicas de sus habitantes y debía importar la mayoría de los productos elaborados.
La incapacidad y la falta de voluntad y de patriotismo de los sectores más poderosos llevaron a que nuestro país quedara condenado a producir materias primas y a comprar bienes elaborados muchas veces con los productos de nuestra tierra.
“Valía mucho más una bufanda inglesa que la lana argentina con la que estaba hecha”.
Esto condujo a una clara dependencia económica del país comprador y vendedor. Así, el Congreso que en 1816 declaró la independencia se desmoronaba sin remedio y la amenaza de disolución del gobierno central era un hecho. La región se sumía en una guerra civil entre Buenos Aires y el interior que demorará durante largas décadas la organización nacional.
Doña María Francisca de Bazán
En 1762 la mujer, que descendía del conquistador español Juan Gregorio Bazán y de Juan Ramírez de Velazco, se casó con el español Miguel de Laguna. Como dote, el papá de Francisca aportó la casa que es la que pasaría a la historia.
Cuando se declaró la independencia, la dueña de la casa de la calle del Rey ( luego de aquel evento debieron cambiarle el nombre,claro) era ya una mujer que había pasado los setenta años, y aunque la tradición sostiene que doña Francisca la presto, lo cierto fue que el gobierno determinó que la casa fuese la sede porque «ya la venía alquilando».
En febrero de 1816 comenzaron a acondicionarla. Gracias a comprobantes de pago de materiales guardados en el archivo histórico local, se determinó que el frente se pintó con cal y las aberturas de azul prusiano, que simbolizaban los colores de la bandera, en 1816 «las paredes no estaban pintadas de amarillo ni las aberturas de verde».